viernes, 23 de marzo de 2012

Hace tiempo que no me detengo a escuchar el silencio.
Hace tiempo que vivo acelerado, que pierdo el impulso propio,
que algo que no soy yo me mueve,
que persigo mi propia sombra sin saber qué la llevo a escurrirse.

Que he renunciado a mis sueños.
Que he vendido mi alma.
Que he dejado el cuaderno exactamente en el lugar en que lo dejé
envuelto aún en su papel de regalo.

Hace tiempo que no me vuelco hacia dentro.
Hace tiempo que no me sumerjo en el autoconocimiento,
que pasan los días, las semanas y las horas,
que sigo siendo un extraño, cada día más habitual.

Que me he acostumbrado a mirar al suelo,
que me he acostumbrado a ignorar las razones.
Que he olvidado preguntarme de cuando en cuando qué me trajo aquí,
qué pretendía y qué haré a continuación para lograrlo.

Quizá por miedo a parar y preguntarlo
y no encontrar respuesta o no oír mi voz en ella,
a escuchar el eco que deja el silencio cuando el pensamiento rebota en un lugar tan vacío
que ni siento pena de mí mismo por falta de ganas y tiempo.

lunes, 15 de agosto de 2011

Hielo

La cima decapitada

Estas montañas no son como las que había conocido, no son las cumbres curvadas por el tiempo y su erosión a las que estaba acostumbrado: cumbres con pinos de piñas gruesas y redondas desperdigadas por el terreno, hierbas secas de olores característicos como el romero o la lavanda.

Aquí las montañas surgen de la nada y ascienden cientos de metros hasta las alturas, donde se pierden la mayor parte de las veces entre las nubes brumosas. Y esas cumbres, picudas y afiladas, son blancas, cubiertas de hielo en pleno verano. Los pinos ocupan la mayor parte del terreno, altos, frondosos, de piñas estrechas y alargadas de colores violáceos, pardos y grises. Y donde no crece un árbol, el verde de la espesa hierba lo sustituye.

El glaciar de uno de los Alpes brilla gélido con los rayos del Sol que atraviesan en ocasiones el constante manto de nubes, tímidamente.

Y en algunas de esas cumbres, los riscos son tan empinados, tan verticales, de terrible caída, que sólo se observa la roca gris y marrón, salpicada de nieve y hielo, y no hay rastro de vegetación.

La plaza de piedra

Según dicen los lugareños, años atrás las lenguas de los glaciares alpinos alcanzaban casi las faldas de las montañas. Hoy, apenas llegan a un tercio de su altura desde la cima.

Los que en un tiempo pasado fueron reyes de esta cordillera, ahora son unos "pequeños" príncipes -y aún así aterra su magnificencia-, cuyas lágrimas heladas caen ladera abajo, y desde aquí, en la cumbre de en frente, parecen hemorragias que chorrean, creando decenas de metros de cataratas de aguas gélidas que llegan al valle en torrente, manando en ríos espumosos cuya velocidad deja entrever la furia de la cima.

El murmullo de los riachuelos y el jaleo de las lágrimas en caída libre son constantes, y se mezclan con la arrítmica melodía de los cencerros del ganado y algún que otro mugido.

Hay centenares de tipos de flores, de colores, tamaños y estructuras completamente dispares... Y esto no hace más que recordarme la obsesiva idea de aquella pequeña flor, oscura y ya marchita, pero tan viva en la imaginación.

viernes, 13 de mayo de 2011

Poema del Tiempo

Quien tiene más, lo poco no sabe apreciar.
En soledad aguarda mudo su final.

"¿Y qué demonios es para ti este momento?
Un segundo y ¡ya! sólo queda el recuerdo
que erosionaré. Sólo yo soy eterno"

El río va desde su montaña hasta el mar.
La vela, desde encendida, sabe que se apagará.

¿Y para qué restar a cada instante un segundo?
Pues si ahora sopla el Viento acabará con su mundo.
¿Y si se empeña el Sol y seca lo más profundo?

Dime, ¿qué será de lo que construí?
¿Qué será de todo aquello que separé de mí?

La tristeza se va, el presente se va, la ceniza se va,
el espejo siempre pierde su reflejo.

¿Y qué será de toda aquella Ciudad?
¿De las flores en la Plaza a la que ya no se llegar?
¿De la hierba del Jardín? ¿De colosos olvidados?
Dos figuras que recuerdan el Puerto en que nos ahogamos.

Dime, ¿dónde quedará el Bosque del que me enamoré?
¿Dónde quedará el recuerdo?

"Sólo yo soy eterno... Todo lo erosionaré.
Y en cuanto nadie me nombre, desapareceré"



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lunes, 25 de abril de 2011

Postludio a la Claustrofobia - Preludio al Poema del Tiempo

Dejé que fuera el Tiempo el que decidiera.
Él me dijo una vez que la estadística va en nuestra contra, pero los números son fríos -¿calculadores?-, y las personas y sus pensamientos aún no estamos hechos de ellos.
Aunque parte de razón llevan.

Dejé que fuera el Tiempo el que pusiera a cada uno en su sitio.
Él me dijo una vez que creía en Algo -llámelo Sol, Dios... o deje de buscar una palabra para cada cosa-, porque alguien tendría que hacer pagar al injusto y devolverle al justo lo que le robaron. Pero, ¿quién es justo?

Dejé que fuera el Tiempo el juez imparcial.
Él me dijo una vez que esa dimensión nunca es agente de nada: sólo observa, alarga, comprime...
Lo que me lleva a mi último error.

Que dejé que fuera el Tiempo el que curara.
Él me dijo una vez que puede doler más arrancar la cera ya fría de la vela que cayó en la piel que lo que dolió al caer.
Y, después de todo...

lunes, 11 de abril de 2011

Carta a todas mis catástrofes

Me permitiré el lujo de hacer un inciso.

Algo no está funcionando como debiera en esta red de axones. Decir "algo" es, a fin de cuentas, decir poco. Después de la tormenta siempre llega la calma, después de la euforia siempre llega la depresión. Reconocer lo que acabas de hacer no es el primer paso hacia ningún lugar en absoluto. Reconocer lo que acabas de hacer es hacerle un homenaje a quien sea el encargado de promover todo este tipo de chorradas que, cuando no trascienden de la mente, no son más que eso, chorradas. Ahora, trascendida la cognición, la chorrada se ha convertido en una enorme y protuberante gilipollez de dimensiones...

En resumen: la memoria es, insisto como en otras ocasiones hice, la peor de las torturas, de las maldiciones, de los castigos. Y especialmente por el hecho de que lo que estos ojos vieron y estos oídos oyeron no es lo que hoy se representa la otra. Si acaso queda algo de verdad en todo esto, debe ser el nombre, la dirección y cuatro cosas que, como todo, bien podrán cambiar con el tiempo y dejar de serlo.

Y a dormir.

jueves, 6 de enero de 2011

Poema de la Lluvia - Canción de las Tormentas

Dicen que por convertir
el mundo en una enorme fábrica de hollín
el Sol, que ahora apenas puede pasear
se trata de vengar.

Y donde el humo no lo vuelve todo gris
agazapado vierte todo su barniz.
Ahora hay sombras donde ayer hubo color.
Por el humo o el Sol.

Quizá
ahora hay sombras donde no las hay.
Que el humo envuelve a todos por igual.

¿Dónde estás? ¿Dónde estás?

Cuentan que por sustituir
el cromatismo de las nubes en Madrid
por un bombín hediondo hecho de polución
la lluvia se vengó.

Y donde no hay sequía hay una inundación.
Ahogado o seco, el suelo muere por inanición
y todo aquél que sobre aquél pone sus pies.
O yace sobre él.

Quizá
no sólo enloqueció la humanidad.
Pero si miras bien podrás notar

Que ahora rompe a llorar.
Y ahora el Sol brilla más.

Y llora y llueve al final.
Y friega la negra ciudad.
Y llora, diluvia al llorar.
Y ahora desborda el canal.

Y baja el torrente
y cae la sombra sobre el puente
Se exprimen las sombras
y juega con las gotas.
El arco se alza,
dispara: ¡venganza!

El suelo se muere.

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jueves, 26 de agosto de 2010

Cobardía y misterio

Éste es el lugar donde las palabras se ocultan, donde no encuentran una mano que las pasee. Es la cobardía de aquél misántropo que se da cuenta de que con ciertas personas ha de odiarse a sí mismo.

Despacio se acomoda en un banco de piedra, apoya la dolorida espalda y mira a los niños que corretean por el parque. Ya estuvo tiempo atrás por aquí, comprando dosis de anestesia cerebral. Ahora viene a recordar todo aquello, aquello que tan lejos queda.

El parque, un día en el parque, un día en la ciudad, después a la playa, de picnic, a pasear ratas grandes, a pasar frío para acercarse un poco, a verte en blanco y negro y encender la soporífera luz que alumbra... Eso. Que no es tan especial, si a fin de cuentas tengo dos, como casi todo el mundo.

Se acomoda, se incomoda en el banco de piedra. El respaldo no conforta, o quizá son las vistas. Hace tiempo que no pasa por allí aquella chica de mirada penetrante, anestésica, atópica, que vuela de acá para allá, pequeña mota de polvo violeta que aún no sabe teletransportarse.

La cobardía y el misterio. Y se acaban los misterios. No tengo cartas en la manga que quiera usar de sorpresa o que no quiera usar. Y cada día estoy más seguro de que aquel protagonista de las lluvias, de los Soles, de los días y las noches... no era más que un mediocre niño que escribía lo que sentía sólo para recordarlo días después e intentar entender lo que otrora tuvo sentido.

Pero se acaban los misterios. Quizá sea ése uno de los mayores misterios, quizá el último, no lo creo. Lo que demonios oculte esta cobardía.

Quizá esté mintiendo. Al fin y al cabo, esa tercera persona es un insensible.

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viernes, 25 de junio de 2010

Quinta página: acerca de cómo construir una Ciudad con un lápiz y un pincel

Encuadernados en pastas blandas, ocultos por dos finas láminas de cartón y teñidos sobre varios lienzos descansan decenas de lugares, cientos de personas, miles de momentos que son sólo carbón y pigmento. De detrás de las hojas nacen mitos e historias que seguro serán menos ficticias de lo que al caminante le resultan, caminos que existen en algún lugar.

La primera piedra no es más que un apunte perdido en algun pedazo de papel cuadriculado, la última aún no se ha puesto.

Transeúntes caminan por estas calles sin saber que el asfalto que pisan está dibujado con acuarela, sin saber que sus pensamientos están escritos por los dedos de un narrador omnisciente que no sabe nada de ellos pero a la vez se lo imagina todo. Los pasos no son decididos: son errantes, y en su vaivén terminarán alcanzando alguna plaza oculta, algún jardín extenso, algún rincón recóndito oculto por los edificios de tinta.

Están en todo lugar: omnipresentes sin aparecer en escena, en algún cartel, en alguna sutileza marcada en cierto ladrillo que se tambalea bajo el peso de las expectativas que parecen no llegar nunca. Huele a ideas, la puesta de Sol es maravillosa: refleja sus rostros en la enorme Torre, que ilumina con un color granate el Río que separó y unió a dos pequeños que se perdieron en la Ciudad que crearon ellos mismos.

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sábado, 19 de junio de 2010

Cuarta página: acerca de cómo burocratizar la magia y demás

El espacio es relativo: puede parecer tan nimio que sea agobiante, puede parecer tan amplio que quepa otra persona en medio. Las murallas protegen un espacio, ocupando parte de éste, dejando libre una porción en su interior a la que nadie puede acceder sin estrategia. Si quita la muralla, puede encontrarse con un asalto descortés... pero nunca disfrutará de todo su espacio, su relativo espacio.

El mundo está cubierto de papeles inútiles que oficializan sucesos tan evidentes que restan lógica a la existencia de éstos: declaraciones de guerra, declaraciones de amor o desamor, capacidades y demás. La voz parece haber perdido su valor, y las palabras no demuestran nada: quizá un atisbo de intencionalidad por parte del locutor que, si no es acompañado por la consiguiente acción, quedan en un hálito puntual.

Se dio cuenta de la falta de oficialidad y quiso crear un papel compulsado que dijera qué demonios estaba sucediendo en aquel espacio relativo. Pero a fin de cuentas las palabras habladas se las lleva el viento y las escritas desaparecen con la lluvia. Palabras, palabras, palabras...

Quizá no sepa qué demonios sucede, pero sabe bien lo que no está sucediendo.

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lunes, 14 de junio de 2010

Tercera página: acerca del Sol que brilla mientras la otra parte del mundo duerme

Hay páginas negras de las que se aprenden nociones básicas acerca de la vida: de la mentira, cómo mentir; de la traición, cómo traicionar; de las despedidas, cómo despedirse.

Las otras páginas, grises, muestran en su caso nimios detalles que quedan grabados: de una sonrisa, cómo responder; de una mirada en la oscuridad, cómo entenderla; de una caricia, cómo sostener el aliento.

Las páginas en blanco están aún por escribir. Y hay que tener paciencia: dejarlo antes de que se agoten las ideas, tapar la pluma antes de que sostenerla sin escribir alguna de estas cosas evapore la tinta sin haber sido derramada. Entendió que tenía que despedirse sin más, que la página no era negra sino gris, que la oscuridad posterior le había jugado una mala pasada. Recordó la sonrisa, la mirada, la caricia... No hay duda de que era gris. Tapó la pluma y se fue a otra parte ¿a esperar leyendo o a leer esperando?

Si no puede que la historia sea tan cansada que no sólo nadie quiera leerla, sino que nadie quiera escribirla.

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viernes, 11 de junio de 2010

Segunda página: acerca de cómo la lluvia se convirtió en mensajera de buenos augurios

Y ahora trata de dormir. Éste es el momento, cuando la noche deja de enmudecer y comienzan a sonar los primeros pájaros impasibles ante la tormenta, en el que intentará conciliar el sueño acostado con la sombra que le acompañó.

Hay tantas cosas que quedan flotando en el aire y caen con las gotas hacia los charcos que cubren el mismo camino de regreso... Hay tantas cosas que no se pueden explicar más que con una sonrisa...

Existen palabras que sólo se pueden mencionar con los ojos, existen mentiras que se dibujan en las miradas de las ausencias justificadas, existen momentos en los que la arena del reloj se desvanece como si fuera un puñado de cenizas... Dulce y amargo, esperar, cerrar los ojos y oir cómo se estira la piel del acompañante para presentar una sonrisa genuina, pues no busca quien la encuentre.

Existen momentos de duda, existen momentos en los que es difícil ver la luz a través de un cielo encapotado. Pero con la lluvia, vida; si las cosas no se hubiesen sucedido en esta precisa secuencia no sería sólo lo anterior aquello que carecería de sentido.

Cierra los ojos. Y no imagina. Simplemente sabe: mañana el Sol saldrá a alimentar lo que la lluvia regó.

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jueves, 10 de junio de 2010

Primera página: acerca de las bombillas sobre la cabeza de aquél que no sabe iluminar nada con ellas

Caminaba por las calles más oscuras de aquella Ciudad: terrenos desconocidos para un paseante que solo nunca se atreve a adentrarse en tales lugares.

Caminaba rítmicamente acompasado a los pasos de su acompañante, caminaba esperando seguir caminando: hay ocasiones en que se prefiere no llegar al destino.

Caminaba como un pedazo de mármol que va poco a poco devastándose ante su mirada: perdido entre el nerviosismo y la cada vez menor cantidad de arena de un reloj que se desvanecía parsimoniosamente a cada latido.

Caminaba de nuevo solo, de regreso al origen: la oscuridad parecía menos oscura con la figura ahora ausente.

Caminaba hasta llegar a la puerta.

Y al encender la luz se dio cuenta de que la sombra de su acompañante había venido con él durante todo el camino de vuelta.

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domingo, 6 de junio de 2010

Poema del Sol

Allí por donde pasó
dejó el rastro desolado
de las palabras que el agua
en la orilla va tapando.

Será antes o después,
será más tarde o temprano:
la marea va subiendo:
se te escapa de las manos.

Presta atención, ten cuidado.

"Izad la bandera blanca,
preparad el polvorín.
Cuando estén justo aquí al lado
será tarde para huir"

Es más duro para aquél
que el Sol ha visto de cerca:
la luz que lo alumbra todo
es la misma que los ciega.

Y más pesará la pena
en aquél que haya quedado
ciego de mirar al Sol
que el negro convierte en blanco.

Presta atención, ten cuidado
del que camina a tu lado.

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martes, 1 de junio de 2010

Poema del Viento

Puertas en el techo,
ventanas en el suelo
para poder salir hacia arriba,
para poder mirar desde el cielo.

Cierra los ojos un momento.

La gente no oye susurros,
la gente grita desde lejos.
La gente se pierde entre toda
la gente que pierde su tiempo.

El tiempo siempre se pierde
mientras va cambiando el tiempo:
luz, colores, brisa pura,
nubes, nieve, lluvia y viento.

Cierra los ojos un momento.

A lo lejos el río brama,
a lo lejos se cae, negro,
hacia el abismo que ruge:
un espumoso sendero.

Una vez que estés en sus brazos
no evitarás el descenso:
tus alas aquí ya no sirven,
el agua las cubre de peso.

Cierra los ojos un momento.

El tiempo cubrió tus ventanas
con nubes de oscura tormenta.
Ahora que ya sale el Sol
eres tú mismo quien las crea.

No son de nubes los brazos
de aquélla que te rodea.
Es el vaho de tu aliento
que en la ventana lo echas.

Cierra los ojos un momento.
Escucha el poema del viento.

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miércoles, 26 de mayo de 2010

Explícito

No he conseguido alejarme demasiado del puerto. Una vida llena de humedad y barcos zarpando no puede sino anclarse a un lugar como éste. Si te llevas mi cuerpo tendré que decidir cuál de las dos mitades se queda con el corazón, y probablemente permaneciese aquí, helándose en la fría mañana que rodea al río.

Pienso en las personas que zarparon. Pienso en las personas que zarpan. La perspectiva de aquél que espera en tierra sin saber a quién es, cuanto menos, doblemente triste: la amargura de la soledad al descubrir los reencuentros, la amargura de la despedida al presenciar las separaciones.

Los barcos no suelen encallar a mitad de camino. Los barcos no se detienen. No hay lugar a que toda su estructura frene en seco y permita que algún pasajero se apee y vuelva corriendo a los brazos de otra persona, o en busca de algún objeto olvidado. Si alguien ha olvidado algo o ha recordado a alguien... entonces ha de empaparse, ha de calarse hasta los huesos, y cuando salga de las negras aguas del río ¿quién sabe si el Sol estará allí para calentarlo?

Pero no siempre fue así: las cosas no siempre se sucedieron tan ajenas. Hubo un tiempo en que era yo quien esperaba el regreso o la venida de una figura, conocida o desconocida. Sin embargo, todas esas figuras permanecieron estáticas en la proa del barco, asomadas tímidamente sin descubrir el rostro. A veces vi siluetas donde no las había.

Esta última vez fue distinto: esperaba cierta figura pero no apareció en una llegada sino en una marcha. Despidiéndose de otra persona se subió al barco y, entonces, recordó a otra: se apeó, se empapó, se caló hasta los huesos, salió, me abrazó, me empapó... y entonces volvió a subir a otro barco que fue de la mano del Sol. Mientras yo me contentaba con caminar hacia atrás, frío, chorreando.

Comenzó la tormenta. La ropa tarda mucho en secarse cuando llueve.

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viernes, 21 de mayo de 2010

Ego

Aún hace frío. Las gotas se van apagando gradualmente hasta que sale el Caprichoso, reflejado en la muralla negra separadora de suertes y destinos. En un soplo de... ¿Aire?... creí haber perdido los papeles, papeles en blanco, pronósticos de días mejores. El viento se aferra a la curiosa idea de que todos vivimos la misma historia, pero pienso -o al menos espero- cambiarla.

Detrás de los coches aparcados a uno y otro lado de esta calle empedrada del puerto me sigue una figura agachándose una y otra vez, tratando de ver sin ser vista, tratando de acompañarme mientras, cada cierto número de pasos, me detengo y saco mi esencia para escupirla en estos papeles: me decidí a contar una historia, pero parece que la escritura como catarsis es reincidente a este lado del río.

Con el rabillo del ojo la observo: silueta menuda, veloz pero a la vez torpe a la hora de ocultarse, decidiendo lugares robustos pero sin tener en cuenta que el Sol ha salido y las sombras a veces son más delatoras que los propios cuerpos que las proyectan. Continúa, sígueme de cerca: sus pasos no se oyen pero su presencia se percibe como si estuviera en mi bolsillo.

Una turba de gente, una enorme muchedumbre se acerca galopante. La silueta se difumina entre los transeúntes: quizá le haya visto la cara y ni siquiera sea consciente de ello. Alguien, algo, me toca. Una profunda sensación de pesadumbre me tira del pelo hacia abajo, recubre mis brazos con pesada carga, apisona mis hombros: el Sol desaparece, comienza a llover y las palabras que estaban escritas en estos papeles se pierden, de nuevo.

Sólo soy consciente de mi propio yo, de mi individualidad frente a toda la masa. Soy egoísta, egocéntrico, ególatra, egotista... Yo, mí, me, conmigo. Quizá siempre sea la misma historia porque sea la monografía de un ser cuya catarsis siempre es en relación a lo mismo. Las lágrimas irrumpen en la trastienda de los ojos, tratan de hacerse notar. Si pudiera llorar... os dejaría libres.

Pero no puedo. Mi labio inferior se eleva, tratando de guardar el grito que quiere prorrumpir afuera. Ayer fue día de tristezas.

Pero arriba el Sol brilla con fuerza, la gente no es muchedumbre y no va en el sentido contrario: son personas, individuos que llevan sus propios folios emborronados, individuos sobre los que la lluvia también cae. Me detengo y observo los papeles: la escritura sigue ahí, sus palabras no se han disuelto.

Contienen algo de valor: contienen la figura que, huidiza de la mirada, trata de perseguirme sin que la vea; contienen ecuaciones que ya no hay que volver a demostrar: ya las tacharé si son falsas; contienen referencias constantes a la lluvia, a las nubes que cubren el esplendoroso Sol, y la realidad más perniciosa que va con uno mismo y no es tan torpe como la tristeza a la hora de esconderse: que el Sol no es caprichoso, sino que hay que aprender a ver cuando uno mismo se está ocultando de Él.

Miradlos bien. No se han borrado. Pero guardadlos en el bolsillo. Dejad que sea la propia luz la que muestre a vuestros persecutores. Quizá hasta os hagáis amigos.

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martes, 18 de mayo de 2010

Caminando

A veces me detenía mientras caminábamos junto al río, a veces sostenía mi mano mientras se quedaba estática como una pirámide y dejaba que la brisilla contaminada azotase su pelo, que terminaba en algún momento quedando entre sus labios y los míos. Las historias de amor siempre son iguales: siempre hay uno que quiere más, siempre hay uno que sufre, siempre hay uno que paga lo que no compró, siempre hay uno que siente lo que otro no.

Esas veces me observaba con su pueril mirada, después la clavaba en el suelo y su boca se desencajaba atraída por él. Maldita niña loca. Tenía una sonrisa... Tenía una sonrisa, pero no sé dónde se la dejó.

Ladrona de sueños, hiladora de tópicos, ella era su propia estrella, su mundo giraba en torno a sí misma y alrededor de ella siempre había uno o más astros satélites, dando vueltas y vueltas, buscando su rostro eclipsado. Maldita araña tejedora de sueños, brillantes y pegajosos... Aún...

Y se repiten las historias, sólo cambian los personajes: de nuevo está el que quiere más, el que sufre, el que paga lo que no compró y el que siente lo que otro no. Qué cantidad de estupideces es capaz de elaborar la razón. Qué cantidad de estupideces es capaz de cometer el hombre pensante.

Y ahora pienso mientras me alejo con este papel en blanco en todas las tonterías que llegué a hacer en algún momento. Quizá caminar sea una tontería en sí misma, pero por ahora quiero seguir haciendo el tonto. Puede que algún día no quiera. Ese día espero estar lejos del puente. No quiero terminar siendo la motivación de caminar de otro sujeto perdido entre los dientes de una sonrisa que nunca se ha visto, no quiero ser tan necio como para pensar... simplemente.

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viernes, 7 de mayo de 2010

De la ciudad a la mente

Es incertidumbre lo que veo en el gentío. Esas risas son tan poco agradables como una palmadita en una espalda recién quemada, tan poco estimulantes porque en realidad no han comprendido que las palabras, aunque en apariencia vestidas de bondad, simpatía y cierta jocosidad no son más que la proyección de una profunda tristeza que abate a la persona que tienes delante de ti, que no sabe muy bien dónde estás vendiendo tu alma; y el gesto es en su concepción alegre y conmovedor, pero en su significado es desazón, pues sabe que no has entendido ni la mitad de sus palabras y que tu sonrisa es un modo de disimular la vergüenza que te produce no haberlo hecho, cuando su objetivo era que reparases en la razón por la que sí deberías avergonzarte.

Es tan críptico a veces al hablar que piensas que en realidad emplea otro idioma. Pobre de ti, pues no sabes que en realidad adorna con guirnaldas palabras que de otro modo sonarían duras, y que en la mera estética es donde te quedas. No es un poeta, si acaso su obra está desvaneciéndose tanto más rápido cuanto más tiempo tardó en construirse.

Dónde estarás vendiendo tu alma que ni tú lo sabes.

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lunes, 3 de mayo de 2010

Ponto Euxino

A estas alturas debería haber aprendido algo: la cuestión es que no lo he terminado de hacer. Y es comprensible, pues si lo hiciera quedaría recluido motu proprio en una torre de marfil o sería desterrado a orillas de un mar oscuro y frío, plagado de soledad a cada paso en la arena mojada, casi barro, fango tenebroso de la marchita distancia que, dibujada en el horizonte, no apuntaría siquiera cerca de donde se hallase mi más cercano congénere.

No estoy allí, no me han sometido al ostracismo físico, pero estos pensamientos no brotarían alrededor si no siguiese clavado a la apestosa hierba. Debería moverme. O debería seguir esperando. El asunto es que casi se me ha olvidado la razón por la que llegué aquí, y sólo puedo pensar en mí y en la palidez de su vacuo rostro.

Alguien llama a la puerta de mi mente, y no es el viento que sopla huracanado levantando las hojas que cayeron antes de tiempo... Es la memoria. Es una tortura, es una broma del pasado, es una prueba empírica de que o no soy humano o la selección natural metió la pata hasta el fondo de este depósito de fango.

Es mi maldición personal el recordar cada detalle, y me pregunto qué valor positivo puede tener. Por supuesto, no es agradable, pero todo tiene su sentido, ¿no es así? Debería haber... ¿aprendido? Sí, de los errores... Pero no es el caso.

No estoy en el lejano mar, pero estoy en el río, helado y solitario, mientras sopla un vendaval que habría de dar con todos los barcos en el fondo, allí donde la luz sólo ilumina ciertos colores.

Pasa un barco, un barquito, de metal, de madera, de papel. Y un soldadito de plomo que me observa como el reo que espera en el corredor y mira a su compañero que marcha hacia el final.

Y quizá ésta sea la continuación de la continuación de la continuación de la historia de cómo perder la cabeza por lo que fue sin ser capaz de ver lo que es.

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miércoles, 28 de abril de 2010

Verde, blanco y negro

Ha pasado mucho tiempo. La lluvia cae desde un cielo que no sabe si esconde a Alguien, algo, al vacío o a las estrellas. Se filtra entre la delicada tela que forma este paraguas que perdió su significado aquel día.

Me perturbo tratando de resolver la incógnita: ¿fue aquélla la única vez que podría sentir?

Resulta dramático condenarse tan pronto a una existencia de mera comparación, resulta hediondo pensar que todo lo que queda por delante va a ser nimio y vanal al lado de aquello, resulta asqueroso siquiera posar la mirada sobre la plaza de piedra y darse cuenta de que quizá jamás encontré el camino de vuelta. Pero no es así. O no puede ser así. Simplemente no quiero que sea así.

Este folio es blanco.

Volvería a ver los pétalos caer, violetas, desde la espesura rozando unos labios ya desgastados de tanto mentir de tantas maneras. Volvería a ahogarme en aquel estanque que me pareció un mar. Volvería a darlo todo por perderlo todo y quedarme con las manos vacías mirando al vacío y no viendo más que un camino de migas que yo mismo me encargué de cubrir con polvo. La senda que nunca supe de dónde vino ni adónde fue, y que ahora me pregunto si continué recorriendo.

La tinta es negra.

El hombre es un lobo para el hombre. Hacía tiempo que no lo pensaba pero entonces encontré esas palabras escritas en los folios que hasta ahora habían estado en blanco. Volví a sumirme en la biografía de un espíritu que buscó la lógica donde actuó el azar y que respondía a mis mismos propósitos.

La apestosa yerba machacada es verde.

Y comencé a escribir bajo ese título las palabras que hasta ahora nadie se había atrevido a escribir por ti: arruinaste mi vida pero encontré más sentido en las ruinas que allí de donde procedieron.

Mediocridad.

Quizá estas ruinas nunca dejen de humear, pero el humo luce mejor en blanco y negro.

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sábado, 24 de abril de 2010

Vade retro

Nada queda ya de tu inocencia. Sonreía sólo con pensarlo mientras el aire reciclaba el ambiente consumido de la calurosa habitación. Persona de pocas palabras, persona de muchos gestos.

Tus ojos han cambiado tanto en tan poco tiempo que he perdido la noción de lo que otrora fueron. No sé cómo leerlos. Sonrío sólo con pensarlo.

La sonrisa se hace cada vez más grande, más natural, menos forzada... Menos del recuerdo y más del presente. Sonrío porque puedo. Quiero.

Y sólo pensar en que vendí mi alma en tantas ocasiones a mercaderes con el rostro tapado para luego escuchar su voz y entender que no hablaban mi idioma... Sólo con pensarlo encuentro una razón más para haber emprendido la marcha.

Sonrío por cosas por las que debería llorar, pero no más tinta ha de verterse en este río. Si no sé leer tus ojos no descubriré nunca otra razón para hacerlo. Si no sé leer tus ojos no me dentendré a mirarlos a ver si encuentro algo. Si no sé leer tus ojos... quizá sea porque no me digan nada.

Sonrío al darme cuenta del papel de la tristeza, de la tristeza en este papel, y de cómo este papel se llevó mi tristeza: mientras una se ahogaba entre sus hermanas, la mía era ahogada por el agua que resbalaba por las esquinas de la primera.

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viernes, 23 de abril de 2010

Calamo currente

Cuando lo encontré estaba ahogado. Había tragado demasiado líquido. Lo llamaría agua si no fuera de este río. Este río es de impenetrable negro, una infusión de todos los sobres llenos de tinta que a él se tiraron. Pero cuando el disolvente arrastra tanto soluto, el siguiente ya no se disolverá. Y ahí estaba: ahogado, cubierto de líquido oscuro que resbalaba hasta sus esquinas; arrugado, frágil: el río lo había arrastrado pero no logró llevarse consigo sus palabras. Tratando de no romperlo, rasgué cuidadosamente uno de los lados y extraje toda su tristeza.

Encabezaban los párrafos ideas sueltas, palabras aparentemente turbias pero afiladas. Tiempo después llegaría a la conclusión de que si hubiera tenido la piedra adecuada hubiera podido desnudar aquellos jeroglíficos. Por ahora permanecían indescifrables, y lo único que podía hacer era mirar: mirar y esperar que la mera exposición me llevase a una idea, aun borrosa, de su apariencia.

Me quedé, tras "leerlo", tumbado en la hierba machacada. Sesgado. Obtuso. Cuando me dispuse de nuevo a observarlo salió el Sol y se llevó las líneas que el río no consiguió arrancar. Con un papel en blanco y la reminiscencia de lo acontecido me propuse prosear acerca de los motivos que allí me llevaron, de lo que encontré o creí encontrar, y de cómo alguien dijo adiós subido a un barco mientras otro se contentaba con caminar hacia atrás.

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domingo, 11 de abril de 2010

Et Ceteram

La tristeza ha encontrado un mejor hogar en el bolsillo de otro o se ha quedado en el tuyo. Sea como sea, finalmente morirá ahogada. La tristeza se la lleva el agua.

El deseo ha crecido en la sombra del puerto, en los bordes húmedos y resbaladizos, ahí donde puede hacer caer a alguien, ahí donde no se ve a menos que estés muy cerca, a menos que lo pises y... caigas. Nació fuera de la vista de todos y nadie verá cómo muere. El deseo se lo lleva el tiempo. O una mala caída.

La melancolía, los fantasmas que te asaltan especialmente de noche se han acumulado en pequeños y grandes charcos a lo largo de tu camino. No es muy difícil evitar pisar uno, pero cuando en un instante dos de ellos se rozan no se separarán fácilmente. Los charcos se los lleva el Sol.

Pero el Sol no siempre brilla: por las noches te abandona dejándote a merced de los fantasmas, y algunos días no consigue atravesar la espesa muralla de nubes. Las nubes cubren su luz, las nubes derraman charcos. Las nubes se las lleva el Aire.

El Aire, a veces puro a veces viciado, te empujó hacia abajo, recorriendo la calle escarlata; el Aire no te llevó por donde tú querías: aunque no lo supiste no atravesaste ni el camino del reto y la victoria ni el de la facilidad y la mitad del orgullo; el Aire -que te había llevado hasta allí, que retiró las nubes, que te mostró un camino- te bamboleó al llegar al puente: ¿te hubieras tirado si no hubiera habido nubes que retirar, si no hubiera acariciado tu rostro trayéndote el perfume del jardín del alba, si hubieras sabido que después del amanecer no iba a aparecer el Sol? Probablemente sí. Pero confiaste en que el Aire no movería demasiado tu trayectoria, creíste que si acaso acabarías medio metro más allá o acá, confiaste la caída a las palabras. El Aire no podía moverte demasiado. Pero el viento sí. Y las palabras...



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viernes, 2 de abril de 2010

Quintum: Acerca de cómo endulzar el mar con un terrón de azúcar

Ya ha llegado el día. Has recordado momentos que escondían lecciones y has aprendido lecciones de estos momentos.

Murmura el río, sus aguas arrullan poemas abrazando los cantos rodados. El Sol está saliendo y se refleja en la delgada línea que separa las dos orillas de un mismo mundo.

Cantos rodados, cantos de sirena. El viento sopla más fuerte, notas el Aire acercándose vertiginosamente pero no logras adivinar desde dónde. Es la incertidumbre la que hace que esta decisión, ésta sí que está en tus manos, sea la que conlleve mayor dificultad y mayor éxito, en caso de que llegue a buen puerto.

Buen puerto, vuestro puerto. Sembrado de colillas de cigarro, sembrado de hongos y musgo, húmedo y resbaladizo.

Te metes las manos en los bolsillos y, entonces, reparas en un viejo amigo; ahí está: ahí está el sobre que guarda toda la tristeza de la que ya has tenido suficiente, de la que ya has disfrutado, que ya has saboreado y de la que te has empachado.

Te levantas de la piedra y caminas hacia el puente. El Aire sopla aún más fuerte, a veces de un costado, a veces del otro... a veces de frente y de espaldas. Es peligroso cruzar puentes en esta situación, pero ése no es tu objetivo.

Y es que desde el principio no perseguías a alguien, perseguías algo. Alguien se marchó al otro lado del río, algo se marchó subido al mismo río: el sobre, empapado, ahogándose, se desliza ahora corriente abajo hacia la lejanía, hacia donde los ríos se convierten en lagos allá lejos al norte.

Y es que no tiene sentido perseguir al Aire. Lo único que puedes hacer es...

Te colocas bajo las manos de los dos hermanos y haces lo que uno de ellos hizo tiempo atrás.

No tiene sentido perseguir al Aire. Lo único que puedes hacer es dejarte llevar por él.

Y él... -¿o era ella?- decidirá dónde has de caer.


FINIS

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jueves, 1 de abril de 2010

Quartum: Acerca de cómo ahorcarse con la niebla que se enreda en un árbol

No sabes qué camino has tomado para llegar hasta aquí. No recuerdas nada de los anteriores minutos. Aunque tampoco reconocerías que caminas aún por uno de los dos senderos pese a que estuviera sucediendo en este mismo instante.

Miras el reloj y no ves la hora. Oyes el silbato del tren y piensas en la distancia que le separa de su destino: no es tanta como la que te separa del tuyo, por más que estés a punto de llegar.

Estás -o eso crees- muy cerca del puerto. La pestilencia del agua estancada no es capaz de encubrir el rastro de su aroma, y hace ya días que marchó hacia el otro lado. No hay muchas más luces allá delante. No hay muchos pasos por recorrer.

Caminas con respiración y pies silenciosos. Te sumas a la inexorable labor que ayer tratabas de obstaculizar.

Has aprendido una lección que yacía latente en tu cabeza, esperando el momento de recordarse: la pena es como el buen vino, y hay que tomársela con calma, saborear cada uno de sus matices, desparramarla y organizarla, guardarla en un sobre y continuar caminando. Puede que tu marcha te lleve a una papelera donde tirarlo.

Pero aún va contigo, y no se irá hasta que cumplas tu promesa. El silencio es lógico, el Aire es puro.

Casi has llegado. Podrías alcanzarlo, podrías ahogar toda la tristeza en un instante, pero te detienes unos metros antes y te sientas en una piedra al lado del río, observando a los dos hermanos ofreciéndose el uno al otro la mano para terminar su historia juntos. El agua está tranquila: choca de tanto en cuanto con los muros que encauzan su recorrido.

Saboreas la tormenta.


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miércoles, 31 de marzo de 2010

Tertium: Acerca de cómo despertar a una farola sonámbula y dormir a la sombra de una luciérnaga

Salpicas a la gente: salpicas a la masa que, apresurada, vaga sin destino por la zona peatonal.

Salpicas a las personas: aquéllos que se sentaron en un banco a esperarte, aquéllos que nunca obtendrán lo que se merecen y jamás tendrán lo que quieren y quisieron.

Te salpicas a ti mismo: buscas excusas en tu modo absurdo de caminar, intentas justificar por qué vas tan despacio, por qué chapoteas encima de los charcos.

Y, de repente, descubres la razón de tanto chapotear, de tanto restregar los pies contra el barro, de pisar tan fuerte y tan ruidosamente: el silencio.

No aguantas el silencio: harías lo que fuera por hacerle gritar, pero se mantiene en su trono, observador, diligente y taciturno, superior, inalcanzable, constante y omnipotente. Te rebelas contra él, pero está demasiado alto como para que le lleguen las salpicaduras.

Llega el momento en que el camino se bifurca; mientras, sobre ti recae el peso de la civilización que pasa peligrosamente por encima de tu cabeza: problemas y más problemas. El Aire está viciado aquí, el Aire es humo, y su casi ausencia se ve acentuada por el clarísimo recuerdo de lo que es su pureza en tu interior.

Llega el momento en que el camino se bifurca; mientras, piensas en el ángel, en la plaza de las florecillas, en el jardín y en la capilla. Y entonces te das cuenta de que el resultado será, en definitiva, el mismo vayas por donde vayas: llegarás al sitio al que te diriges, pero no del mismo modo.

Por un lado: mayor reto y mayor victoria. Por otro lado: facilidad de la mano de la mitad del orgullo.

Claro que, de pronto, reparas en que la decisión no está en tus manos: está en manos del Aire y el Aire... no se ve.

¿Wolf's Mouth o Boss' Road? Decían algo así como: "Escoger el camino equivocado de vuelta a casa puede costarte la vida".

¿Damos un paseo?


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martes, 30 de marzo de 2010

Secundum: Acerca de cómo taladrar una nube y guardar unos pedazos en el bolsillo

Despiertas y te das cuenta de que querrías seguir durmiendo. Querrías cerrar los ojos una semana más y despertar cuando la guerra hubiera acabado. Pero las guerras duran más que los sueños.

Al menos hoy no llueve, ni siquiera chispea. El suelo alrededor está empapado y debajo de tu cuerpo sólo hay polvo seco. Te levantas y estiras un poco las piernas. Hoy será un día largo.

La gente camina despreocupada, la gente va a sus cosas… La gente no sabe que hace un día alguien cruzó al otro lado del agua dejando gris la calle escarlata. Ahora la recorres.

Arriba hay nubes. El gris se refleja en los charcos residuales de cuando las cosas parecían más turbias. Y no es que ahora el cielo esté azul, es que ya has pasado una noche a la intemperie y no te pilla tan de improvisto.

Los pensamientos hoy rondan claros por tu mente, al menos de vez en cuando. Descubriste que al hablarle al viento las cosas parecen recobrar ligeramente el color, pero que a tu cerebro no llega la luz para distinguirlos. Hoy, sin embargo, parece que algún que otro rayo se cuela entre las persianas de tus ojos y describe una línea de polvo que choca contra algún lugar de la corteza, que ofrece alojamiento a cierto recuerdo que parece que nunca se irá de allí, y ésta le avisa de que hace buen tiempo, que puede salir, que juegue contigo.

De lo que no hay duda es que juega. A intervalos. Ahora sí, ahora no.

Y aún así sabes que no es sol lo que necesitas, que no es luz, que no es claridad: es la brisa, es el viento, es el Aire. Viene caprichoso desde el Alba’s Garden y te empuja en la nuca.

“Camina”, te susurra la voz de Lénore arrastrada por él. Aún queda un largo viaje hasta el puerto.


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lunes, 29 de marzo de 2010

Primum: Acerca de cómo llegar de un charco a otro sin mojarse

Figúrate qué hubiera ocurrido si no hubiera marchado. Imagina qué hubiera pasado si en realidad no hubiera llegado al otro lado, si no hubiera cruzado la delgada línea que separa las dos orillas de un mismo mundo...

Camina. Fantasea. Dibuja sus labios, dibuja su sonrisa en el vapor que asciende desde el asfalto, trata de invocarla en el vaho que ahora sale de tus pulmones y que hace que te preguntes quién se ha quedado más frío, si el aire o tus propias entrañas.

Deslízate paso a paso, repta erguido. Trata de acicalar tus pensamientos, de ordenarlos, de darles algún sentido. Descubrirás que tienes el taladro constantemente acechando en cualquier rincón y que las reminiscencias no piden la vez: fantasmas.

Engulles el pasado, pero te alimentas de él con tanta ansia que apenas te queda para el resto del día... para lo que queda por delante.

Y miras hacia el cielo, más oscurecido de lo normal, y ves que se acumulan también las nubes físicas en la mente del planeta. Y comienza a chispear.

Entonces caminas con las manos en los bolsillos, con la capucha bien ceñida, con los hombros encogidos y la espalda encorvada. Le pides a tu memoria diversos platos pero sólo cocina uno.

Y piensas en lo que queda, en que esto es sólo el principio. Y desearías dormirte a los pies de Lénore hasta que llegase el día... pero algo te incita a continuar: quizá es su aroma, que te indica hacia abajo, por donde chorrea la sangre escarlata y las luces ensombrecen más que alumbran.

Te molesta que chispee, pero pronto pedirás que sólo fuera eso. No tienes paraguas. Y no te importa lo que piense la gente cuando te vea quitarte la capucha bajo la lluvia cercana y hacer noche sobre un charco.

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miércoles, 24 de marzo de 2010

Tristia

Tierra, trágame. Hazme añicos.
No quiero verlo, no, ¡ciégalos!
No despiertes su imagen mientras esté cavando.
Tampoco cuando esté enterrado.

Tierra, trágame. Invoca al olvido.
Déjame descansar una noche en tu regazo.
Juro que nada más despertar me habré ido
y nada más llegar habré recordado.

Tierra, trágame. Déjame gritar.
Aquí abajo tus parásitos no oirán
lo que no quieren oír, y mientras tanto
déjame gritar hacia los lados.

Tierra, trágame. Lléname de silencio.
Deja que por unos minutos el agua
se cuele entre tus dedos
y moje a los que no rozaron el beso.

Tierra, trágame. Escúpeme cuando haya acabado.
Cuando el Sol salga, cuando vuelva empapada.
Cuando el cielo no esté nublado,
cuando la prueba de fuego termine
y las ascuas se hayan apagado.
No habré dormido, no habré soñado,
y con los ojos cansados
me apareceré ante su imagen.

Y nada más llegar habré recordado.



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domingo, 21 de marzo de 2010

putotiempolondinense

Hay días en los que el impulso cuesta más de lo normal, en los que mis pies se han quedado atrapados en una suerte de alga enredadora, en los que no lograré alcanzar la línea que normalmente separa el mundo en dos.

Desde abajo, veo las burbujas de aire emerger de mi garganta, veo cómo suben a donde yo no logro subir, observo cómo una vez tras otra me quedo sin aire para continuar agonizando durante horas sin conseguir entender que no necesito respirar aquí abajo.

Arriba, todo está gris.

Arriba todo es putotiempolondinense.

martes, 16 de marzo de 2010

El Itinerario Vegetal (fragm. cap. IX)

En mi sueño había un nenúfar en medio de aquel mismo desierto donde debía estar soñando entonces. Sus raíces buscaban y buscaban pero por más que se adentraban en aquel terreno no encontraban nada que beber. El Sol, entonces, fue benévolo y le ofreció su mayor esplendor para que ni siquiera necesitase del líquido.

Pero cualquier planta, por poco que sea, lo necesita; claro que ésta no era cualquier planta: aquel nenúfar estaba en medio del desierto. ¿Cómo pudo llegar hasta allí?

Nadie la había llevado y nadie la había abandonado en ese sitio, pero de ahí no se había movido, y había conseguido subsistir hasta aquel entonces.

El nenúfar había vivido en medio de un jardín que pasó a ser oasis que pasó a ser nada: había sido testigo de la desaparición de los lagos, de la evaporación de las aguas, del calentamiento de la tierra, de la desertización y erosión del terreno… Había sido testigo de todo aquello e, inmutable, continuaba viviendo pese a todas las adversidades. Pero poco le quedaba.

En sus conversaciones con el Sol, éste le preguntaba cómo había logrado sobrevivir, pues ninguna de las plantas que antiguamente crecían a su alrededor lo había hecho. Ella contestó que tenía un ideal. Un solo ideal: estaba convencida de que podía vivir sin agua.

El nenúfar continuó vivo, allí, arraigado en la arena, hasta el día en que llovió y murió ahogado. Entonces, la pequeña flor que se posaba elegantemente sobre sus verdes hojas se agostó y nada quedó de lo que antes fue.

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domingo, 14 de marzo de 2010

Trémolo

¿Cuándo aprenderé?

Pasé años buscándolo, semanas abrazándolo y meses llorando su marcha. Ahora vuelvo a perseguirlo como un idiota que persigue el viento sacudiendo los brazos y resoplando cada vez que éste se cuela entre sus dedos.

"No queremos lo que tenemos, queremos lo que no tenemos y deseamos lo que no podemos obtener", oí en cierta ocasión, y cada día que pasa estoy más convencido de la naturaleza infantil de la vida adulta, de que todo nos parece dulce hasta que nos lo metemos en la boca.

Me convenzo como el niño pequeño de que esto sí que lo es, me convenzo de que ésta vez es superior a las anteriores, que es distinta... Probablemente sea igual, probablemente no sea más que el niño caprichoso que pasa por delante del escaparate y pierde la mirada en él mientras el tiempo tira de su manga hacia un lado.

Y esta vez ha tirado de mi manga hacia abajo y ha sido el principal eslabón en esta cadena de acontecimientos que me ha robado una sonrisa psicodélica ante las graciosas miradas de los transeúntes.

Maldito niño caprichoso. Unas veces arriba y otras abajo. Y nunca sabe cuándo ha llegado en realidad, porque en realidad siempre está de camino.


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sábado, 6 de marzo de 2010

Espejo

Entorna los ojos y comienza a surgir la neblina a su alrededor. Su rostro se desfigura, su cuerpo parece desaparecer del escenario, el espejo se asimila al recuerdo de un sueño que poco a poco va alejándose de la memoria por más que corras tras de él.

Sus ojos ya no son tan bonitos como antes, ya no le gustan aquellas pecas que los rodean. Sus orejas se han vuelto demasiado grandes y su nariz demasiado pequeña. Antes se mordía el labio para humedecerlo, pues siempre estaba seco; ahora se lo muerde para que la gente no lo vea, porque sabe que todos piensan lo mismo que ella: es horrendo. Y el problema es que al morderlo sus dientes pueden mostrarse aunque sea durante una fracción de segundo: esos horripilantes dientes amarillos, separados, mellados y las inmensas encías que los sostienen... Qué horror.

Por qué ha cambiado tanto en tan poco tiempo es una pregunta que se hace a menudo, entre ojeada y ojeada.

Ahora mira su barbilla: parece que se va ahogando en su cuello, en su papada. Sus brazos se han vuelto blandengues y a la más mínima comienza el vaivén de la grasa que acumulan. Las piernas son deformes, demasiado robustas, casi grotescas: se recuerda a un poni amorfo al lado del caballo de la enorme sociedad.

¿Por qué nunca tuvo tetas? ¿Y ese culo tan ancho? En esas caderas se podría sostener la torre Eiffel...

Y llega a la cumbre, que está a mitad de camino de la cima: esa tripa tan redonda. Le gustaría pincharla y que se deshinchara en cuestión de segundos, le gustaría ver cómo toda esa grasa se derramaría hacia sus pies y poder pisarla vencedora, le gustaría tener una goma de borrar y volver a dibujarse completamente.

Y ahora hay que moverse más. Y hay que comer menos. Hay que recuperar las formas o alcanzar las que nunca se tuvieron.

El espejo llora amargamente.

El espejo intenta susurrarla: "Eres preciosa".

Pero los espejos no hablan.


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lunes, 1 de marzo de 2010

Nublado

Hoy he borrado lo último que me quedaba de ti: tus excusas.

Y después he olvidado las preguntas que pensaba hacerte cuando tuviese ocasión.

Quizá esas neuronas tengan algún cometido más importante de cara al futuro, pero hoy les he dado vacaciones indefinidas.

Al fin y al cabo todos necesitamos descansar.

Y a las neuronas que apenas te imaginan ya les toca pronto...

...ahora.

viernes, 26 de febrero de 2010

Jano

Cada instante que pasa estoy más seguro de que no hay cuento de hadas, de que las bombillas se fueron apagando una, algunas incluso no llegaron a encenderse.

¿Qué ocurre ahí dentro, pues no escuchas cuando se te habla?

Y sigo esperando ese momento, sigo esperando el momento en que te acerques y ofrezcas la otra mejilla.

Pero tú no, olvídate de la biografía que escribimos juntos desde hace tiempo: no tardé demasiado en darme cuenta de que escribía mucho mejor que tú.

Y mientras la sombra con sombra desaparece, trato de buscarla en vano por lugares que nunca pisaría o que no puede dejar de pisar, pero nunca miro al suelo. Trato de verte en lo más elevado de la percepción, pero escapas a mi sentido, entrando en la casi superstición, en la mera intuición.

Abandona mi recuerdo y acógeme en la sombra, pues el abrazo imposible que jamás me dará es el cimiento de los días venideros, que sin ti sólo serán eso: cenizas de letras y reflejos en el agua cubiertos de ascuas.

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miércoles, 24 de febrero de 2010

Escribe cien veces...

Debo dejar de ser tan mediocre.
Debo dejar de ser tan mediocre.
Debo dejar de ser tan mediocre.
Debo dejar de ser tan mediocre.
Debo dejar de ser tan mediocre.
Debo dejar de ser tan mediocre.
Debo dejar de ser tan mediocre.
Debo dejar de ser tan mediocre.
Debo dejar de ser tan mediocre.
Debo dejar de ser tan mediocre.
Debo dejar de ser tan mediocre.
Debo dejar de ser tan mediocre.
Debo dejar de ser tan mediocre.
Debo dejar de ser tan mediocre.
Debo dejar de ser tan mediocre.
Debo dejar de ser tan mediocre.
Debo dejar de ser tan mediocre.
Debo dejar de ser tan mediocre.
Debo dejar de ser tan mediocre.
Debo dejar de ser tan mediocre.
Debo dejar de ser tan mediocre.
Debo dejar de ser tan mediocre.
Debo dejar de ser tan mediocre.
Debo dejar de ser tan mediocre.
...

domingo, 21 de febrero de 2010

Policromática

Quisiera sentirte. Quisiera sentir la nieve cayendo sobre tu nariz, el copo estrellado fundiéndose al rozar tu piel cálida.

Permíteme oírte. Permíteme escuchar tus pasos rondando sobre rendijas metálicas mientras tu corazón se acelera con el pálpito de una caída, quizá ahora o quizá luego, y déjame escuchar de nuevo tus palabras, que no serían tu voz si no las pronunciaras sonriendo.

Y mientras esta fría mano se pierde sobre tu cintura confesaría mis peores miedos mirándote a los ojos y perdido en la profunda caída; déjame mostrarte que allí hay oxígeno para más de uno.

Y cuando aún sea pronto... despiértame, pues deseo besar tu cuerpo aún dormido y acariciarte para que nunca tengas pesadillas.

Deja que el suelo nos acoja durante unos instantes, nos abrace mientras yacemos indefensos, y entonces nos escupa hacia la superficie: allí no habrá oxígeno para los dos.

Prefiero, por ello, continuar dormido. Porque aquí arriba nadie me ayudará a tocar la nube sobre la que descansas, porque tendré que esperar a que el cielo se caiga en pedazos.

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lunes, 8 de febrero de 2010

Fiasco

Estoy harto de jugar a esto. No merezco más problemas que los que yo mismo me he dedicado a sembrar.

El don de la oportunidad se ha pasado de largo un par de paradas o tres, y cuando se despierte se va a llevar una sorpresa.

Me he cansado de esperar el momento en que la ansiedad pasara a convertirse en dulzura, me he aburrido de esperar que dejaras de aburrirte.

Entretanto se callan los besos de las personas a mi alrededor. Me repugna ver dos bocas juntas.

Este constante atropello ha llegado a su fin. Es hora de descolgarse de la balanza, es hora de dejar de mirar de soslayo desde aquí abajo su enorme desequilibrio.

Los cuentos, las fábulas, las sandeces de enamorado... me dan alergia.

Vete con tu feria a otro lugar donde no pueda oír el chirriar de esa noria, y decide allí lejos hacia qué lado quieres que gire.

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domingo, 7 de febrero de 2010

Anónimo

los caminos rectos nunca son buena señal.

a lo lejos, en el norte, al final de una carretera tan recta como una regla se encuentra el destino del que te quiero hablar. su asquerosa simetría oculta un sinuoso e irregular río que habrá de dar con las almas de los dos hermanos en el lago más allá de las montañas: allí todo oculta algo y lo que se te muestra es una tapadera.

puedes dejarte engañar por las luces de la calle escarlata, y entonces te darás cuenta de que no hay ni un sólo cartel que te lleve a ningún otro punto de la Ciudad. en la misma calle no encontrarás un sólo cartel que te lleve a uno de sus callejones, pues no quieren que los veas.

continúa avanzando hasta ver al ángel de piedra, continúa hasta el final donde las estrellas se tiñen de rojo y el mármol del suelo se convierte en césped y encontrarás el hogar de su amor. allí hallarás su suelo sagrado, allí descubrirás lo que su belleza esconde.

busca entre sus edificios, entre los lugares que no aparecen en el mapa encontrarás el hogar de su amor en una plaza oculta, como todo, a la vista de los que no tienen negocios allí. despierta la elegancia de sus colores, destapa las pequeñas florecitas que se han enterrado en el suelo por los golpes de la lluvia.

caza mariposas en el bosque violeta y déjalas volar otra vez. sólo quiero que me traigas un poco del polvo de sus alas para poder oler la esencia de sus pulmones y recordar el lugar en el que nos enamoramos.

despiértame cuando vuelvas de la Ciudad. y dime si has encontrado a sus arquitectos debajo del agua, en la calle principal, en el jardín, en la plaza, en el bosque o diste con ellos en los suburbios.

y entonces entenderás por qué te dije que no todo es lo que parece, y que ni el más lejano viaje puede separarme de ti.

cartas de la Ciudad

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lunes, 25 de enero de 2010

Ecuación

Camino por el desierto cuando me cruzo con un vagabundo errante, con un transeúnte perdido, con un soldado que no sabe dónde está y con una rata que sabe perfectamente a dónde va.

Y no veo personas, ni siluetas, ni sombras, ni rostros… Veo problemas.

Incluso aquí en el desierto sus mentes están completamente empapadas en problemas, inundadas, a punto de ahogarse. Sumergidas como en una ciénaga de la que no pueden salir en una disolución de hediondo fango y pensamientos resolventes.

La búsqueda de soluciones comienza por tragar algo de agua, algo de fango, pero la mayoría se atraganta y prefiere no arriesgarse.

Y aquí estoy yo, en medio del desierto de las ideas, casi chocándome con problemas llenos de problemas. Quizá ellos mismos sean mis problemas.

La cuestión es que todo el mundo los tiene, y nadie piensa en los de los demás. Y todos, inconscientemente, piensan que los suyos son los más graves, los más perentorios, los más interesantes. Dignos del guión de una película.

Si no lo piensas, ve al psicólogo. No es que seas superior a los demás, ni que tengas la sobrenatural capacidad de la empatía: puedes tener un grave problema de autoestima.

Yo no lo tengo. Y no sólo pienso que mis problemas sean los más importantes, los más acuciantes… sino que además de esto pienso que les interesan a los demás. Y si no, que a los demás les puede interesar el modo que tenga de contárselos.

Ahora es cuando el neonato escribe: “Os voy a enseñar una lección acerca de la vida”. Quizá no tenga que enseñaros ninguna lección, quizá quede implícito entre mis palabras, pero de lo que estoy seguro es de que todo en esta vida tiene doble filo, por si alguien no me leyó anteriormente. La tristeza provoca malestar, pero el regodearse en ella –aparte de ser algo masoquista- tiene sus resultados creativos.

Y hurgando entre mi tristeza y mi autoestima encontré unas cuantas razones para escribir.



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lunes, 11 de enero de 2010

¿Verde?

Esta vez las cosas transcurren de un modo completamente distinto.

Caigo en la cuenta de que aún no me puedo caer del árbol. He pasado todos los días de mi vida satisfaciendo incondicionalmente cada uno de mis caprichos, y el motor de creer que ya estaba maduro como para descolgarme de aquella rama, símbolo de mi juventud, era que lo había pasado mal.

¿Mal? ¿Qué coño quiero decir?

He reunido durante tanto tiempo las fuerzas del olvido para deshacer episodios de mi recuerdo que ya no logro invocar tu rostro más que para lo que yo quiero. Y el suyo. Y el de todo el mundo, incluido yo. ¿Quién soy? ¿Qué ha sido de aquel niño que pensaba que el amor y la amistad, que la justicia y la ética y la moral tenían sólo una cara? Sólo era un personaje más, parece ser, de una novela protagonizada y escrita por un servidor, en la que el protagonista tenía las facetas ideales según la ocasión.

"Hoy lucharé por lo que deseo", era el primer lema. Después "Lucharé por lo que tengo", mañana "Por lo que he perdido" y al siguiente "Por olvidarlo"... para pasar a luchar de nuevo por otro deseo. Y en cada transformación del espíritu la ética respondía al idealismo, a la responsabilidad, al romanticismo adolescente, al realismo o al objetivismo.

Hipócrita. De nuevo, parece ser que pedir perdón me honra, pero... ¿acaso no sigo haciéndolo por mantener la imagen que de mí mismo tengo?

Esto es lo que ocurre cuando me doy cuenta de en qué me he convertido.

Esto es lo que ocurre cuando reparo en que me he transformado en aquello que odié.

Esto es lo que ocurre cuando me percato de que soy exactamente igual que tú.

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martes, 22 de diciembre de 2009

Claustrofobia

"Deja el título para el final".

Siempre le dijeron lo mismo, como si fuera una regla metodológica indispensable para el correcto funcionamiento del engranaje de todo lo que aquí se mueve. Y es curiosa la forma en que la profecía se cumple. Pero es fácil cumplirla cuando va a posteriori.

Dejémonos de juegos.

Hoy he mirado a través de la ventana la mezcla de vaho y niebla, interior y exterior, y no he reconocido quién era quién. Hoy he pensado en el bulto del cuello y me he quejado de la cicatriz en los ojos. Hoy he remendado la manga de esta lámpara que apenas brilla y he decidido que no voy a volver a salir. Hoy me he emborrachado con un incienso que huele a barba. Hoy he dejado, como siempre, que la corriente siga su curso sin poner más que el rostro flotando sobre ella para que me moje las pestañas. Hoy he leído tu poesía: he soplado tu lujuria y la he apagado, y he dejado que sus gotas de cera caliente se acomoden en mi brazo.

Y he pensado que , después de tanto tiempo, si me decido ahora a arrancarla quizá dolerá más que la vez que dejé que cayera sobre la piel.

Y, después de todo, la marca seguiría en el mismo sitio.

Se aprende más de las estupideces que de los aciertos.

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